Cuando decidí marcharme del encuentro donde yo estaba solo a medias, él me envió un mensaje, y todo se retrasó. Ahora me pregunto qué coño es cierto pero, por los diablos, no lo puedo saber. la bola de cristal es francamente un engrudo enfermizo, y no quiero encontrarme al otro lado con una mera fantasía.
Huyo de la verdad al parecerme mentira, pero no es que yo esté para estos trotes en los que no sé cómo parar y corro levantándome las faldas. Qué enorme alegría da la euforia de la diversión del alma y, sin embargo, cómo tratan de sacar un molde del tiempo, cuyo gozo nos es incomprensible; cuya sombra palpable es mezcolanza sufriente; vida agonizada, de su esplendor.
La torpe fijación de sus vellos rojizos y todo lo que atañe a su figura me engaña a sabiendas, y se esconde la manera de parar este tren hacia alguna parte o hacia el centro de quien conozco: yo misma. No veo nada, mi deseo apenas transcurre, y no ocurre en absoluto.
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