en el continuo arreciar del olvido
en el despreciativo aislamiento
desde que nadie me sostuvo en este mundo
alma mía
cuando Dios era la máxima fealdad y su existencia
era la triste ausencia de quien rezó a la falta
esa figura fea e intrascendente
hasta el maltratador patriarca esclavo de Yahveh
Se enfadó un niño y palidecía
bajo esa máscara
No sentía su cometido y la ternura fue negación
en aquel Dios tan infeliz como mi no existencia
era un Dios olvidado que no encontraba aparcamiento
¡Nunca!
Se arrodillaban...
Alma mía, tú sabes bien que aun en esos momentos existí
la no reconocida ambición de mis gestos
la caricia que nunca estuvo presente...
Me sostengo en la mano que me mece y yo soy
soy esta niña en la flor de la vergüenza
en la belleza de todo cuanto no envidia al cielo
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