A veces sacrificamos demasiado en nuestras vidas solo para llegar finalmente a darnos cuenta de que las cosas no van a funcionar a nuestra manera y que nos hemos equivocado pretendiéndolo; que en realidad no hemos dado lo suficiente ni lo necesario para nuestra felicidad.
Esta vida es una escuela de soberbios que tratan de taparse los ojos; de soberbios que se hieren los unos a los otros por la misma razón.
A un soberbio no importa en qué idioma le hables si lo que dices no viene a confirmar sus supuestos; en realidad no te entienden porque solo escuchan lo que ellos creen que les conviene a fin de confirmar sus creencias.
Por cierto, a los soberbios les molesta muchísimo la soberbia, siempre opinan que hay que ser más humilde; pero yo sé por qué no la soportan, es lo que tiene ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Los soberbios mueren siempre de su mismo mal, porque la humildad no les cura, la humildad para ellos es solo la chapa que le meten a otro por no ser tan conformista como ellos, porque ellos ya han perdido la ambición y tienen miedo, porque ya han perdido demasiado como para querer darse cuenta del reguero de aceite que van dejando por el camino, se lo advierta quien se lo advierta, dado que siempre culparán o victimizarán al mensajero. No quieren ver su obsolescencia ni sus cadáveres, viven con fecha de caducidad porque esos cadáveres que arrastran implicaron su propia muerte, su propia pérdida, su propio tedio, algo que evitan por todos los medios asumir, tan solo porque nadie les enseñó a aprender y recapacitar a tiempo ante sus errores en vez de utilizarlos como escudo de defensa para no tener que verlos ni asumirlos, en vez de huir eternamente -¿por qué será que todo les sale mal...?-.
Libertad implica siempre responsabilidad, al parecer hay muchas personas que no lo saben, prefieren que los vientos les lleven a la siguiente pared donde todas sus ilusiones y la poca inocencia que aún les queda volverán a estrellarse. Tomad el timón de vuestras almas antes de que sea demasiado tarde.
Los conformistas siempre se dejan morir y siempre son los primeros que mueren, por eso siempre tratan de disparar primero.
Tal vez habría bastado con escuchar -es importante- y tratar de hacerlo mejor la próxima vez en la medida de lo posible, habría bastado tan solo un grano de arena, con un modesto reconocimiento, con tenerlo presente, con dejar de confirmar las propias creencias para vivir el don de la vida inesperada. Con aprender. Era tan sencillo... Yo todavía tengo fe en el corazón.
¿Quién perdona a los que no tienen remedio? ¿quién perdona a los que ya no se pueden perdonar? ¿cómo puede sentir quien se ha insensibilizado? ¿quién llora por unas lágrimas que no se derraman y por un escudo que sigue en pie? ¿quién cura las heridas de un mensajero apaleado? ¿en qué idioma se puede transmitir esto?
En un momento dado comprendí que la alegría y la felicidad verdaderas son el estado natural del ser humano y tomé el camino de la honestidad ante esto, ante su verdad o su ocultamiento, aunque produzca dolor, porque si es para darnos cuenta de lo que no nos deja ver nuestra propia alegría, ese dolor es curativo. Cuando nadie me cree, cuando ya todos se han perdido en el camino, sigo creyendo en mi corazón, en lo que es verdaderamente mi alma, donde toda mentira y confusión se desvanecen; tan solo ahí, tan solo en esa inmensa potencia podemos encontrarnos y ya no habrá desencuentros. Disculpadme si no me conformo con menos, porque ya no volveré a pedir perdón por vivirme íntegra sin vuestras presas ni diques; aunque no me lo perdonárais nunca.
Prefiero estar completamente loca para muchos y asumir mis errores y caídas en picado confesándome la puta verdad sobre ellas y escupiéndosela a los demás a una cordura servil que ya no alcanza porque vive de renuncias y cubrir trapos sucios detrás de puertas cerradas.
Tal vez penséis que algo como esto boicotea nuestra paz, pero lo cierto es que si alguien puede hacer eso, significa que nuestra aparente paz no era más que una mentira consoladora. Lo único que no puedo comprender es con qué objeto sois capaces de mendigar tranquilidad de conciencia para seguir creyendo en ella; una mentira no os hará felices.
Sí, yo también soy soberbia a veces, pero estoy a la escucha para lograr hacerlo cada día mejor, y aunque el mundo entero se hubiera desmoronado por mis propios actos, estaría dispuesta a asumir y enderezar lo que yo hice, porque una virtud que sí tengo es la de no ser una mentirosa dejando mi carga a otros; y para eso tan solo hay un camino posible: dejar de encubrir las mentiras en las que sustentamos nuestra propia e indigna estafa y afrontar la vida cara a cara para dejar de seguir negándonos a ver la oportunidad de ser verdaderamente -y no falsamente- felices.
Ahora ya sabes por qué no se podía; de ningún modo sería cómplice de la excusa o coartada de nadie para no afrontar la vida, no tengo estómago para eso. Trato de ser una mujer franca si me dejan, tal vez te hayas dado cuenta. O tal vez no lo sabes, tal vez aún te da mucha pereza comprobar la verdad y prefieras contarte otro cuento más. Probablemente eso sea mucho más sencillo, porque es más fácil justificar la propia mentira a arriesgarse a saber con certeza por una vez en la vida.
Yo estoy curada de espanto. Adelante...
En un momento dado comprendí que la alegría y la felicidad verdaderas son el estado natural del ser humano y tomé el camino de la honestidad ante esto, ante su verdad o su ocultamiento, aunque produzca dolor, porque si es para darnos cuenta de lo que no nos deja ver nuestra propia alegría, ese dolor es curativo. Cuando nadie me cree, cuando ya todos se han perdido en el camino, sigo creyendo en mi corazón, en lo que es verdaderamente mi alma, donde toda mentira y confusión se desvanecen; tan solo ahí, tan solo en esa inmensa potencia podemos encontrarnos y ya no habrá desencuentros. Disculpadme si no me conformo con menos, porque ya no volveré a pedir perdón por vivirme íntegra sin vuestras presas ni diques; aunque no me lo perdonárais nunca.
Prefiero estar completamente loca para muchos y asumir mis errores y caídas en picado confesándome la puta verdad sobre ellas y escupiéndosela a los demás a una cordura servil que ya no alcanza porque vive de renuncias y cubrir trapos sucios detrás de puertas cerradas.
Tal vez penséis que algo como esto boicotea nuestra paz, pero lo cierto es que si alguien puede hacer eso, significa que nuestra aparente paz no era más que una mentira consoladora. Lo único que no puedo comprender es con qué objeto sois capaces de mendigar tranquilidad de conciencia para seguir creyendo en ella; una mentira no os hará felices.
Sí, yo también soy soberbia a veces, pero estoy a la escucha para lograr hacerlo cada día mejor, y aunque el mundo entero se hubiera desmoronado por mis propios actos, estaría dispuesta a asumir y enderezar lo que yo hice, porque una virtud que sí tengo es la de no ser una mentirosa dejando mi carga a otros; y para eso tan solo hay un camino posible: dejar de encubrir las mentiras en las que sustentamos nuestra propia e indigna estafa y afrontar la vida cara a cara para dejar de seguir negándonos a ver la oportunidad de ser verdaderamente -y no falsamente- felices.
Ahora ya sabes por qué no se podía; de ningún modo sería cómplice de la excusa o coartada de nadie para no afrontar la vida, no tengo estómago para eso. Trato de ser una mujer franca si me dejan, tal vez te hayas dado cuenta. O tal vez no lo sabes, tal vez aún te da mucha pereza comprobar la verdad y prefieras contarte otro cuento más. Probablemente eso sea mucho más sencillo, porque es más fácil justificar la propia mentira a arriesgarse a saber con certeza por una vez en la vida.
Yo estoy curada de espanto. Adelante...
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