Te
escribí mensajes que nunca hubiera creído tendría que hacer. Desnudé mi alma
ante ti. Me postré a tus pies sin tú merecerlo. Tenías muchas virtudes, también
grandes defectos. Quizá yo sólo tuviera defectos. Pero aún así, no merecía lo
que me has hecho. Quizá tú no me merecías. Al amar, uno antepone todo para una
persona. “Amar” es lo que tú dirías que haces… sí, amar a otro. En la vida, hay
que saber ordenar las prioridades, los deseos. Nadie obtiene sin renunciar a
algo. A veces, en los matrimonios o parejas, un cónyuge se enamora locamente de
un tercero, y abandona la unión. Quizá viva más feliz. En otras ocasiones, hace
un esfuerzo por no romper la unión, pues sabe quién es más importante, quién
dio más por él, quién daría la vida por uno. Y no merece la pena una banalidad
pasajera. Pero tú dices haberte enamorado, a la vez que me quieres a mí, y no
quieres renunciar a ninguno. No renuncias a nada. Y al hacerlo renuncias a mí,
a sabiendas. Tienes razón en no querer tener hijos, pues no sabes amar por encima
de ti misma. He sentido que me has amado mucho, pero lo que ahora haces no es
amarme, aunque lo digas. Si me amaras, elegirías. Me elegirías a mí. Reconócete
a ti misma que ya no me amas. En tu voz, en tu gesto, en tus palabras, en tu
altivez… no se encuentra la humildad del amante, su mirada brillante, su
calidez.
Hablé
con tu padre. Me desnudé ante él. Tú siempre me has tachado de cobarde, de que
no sabía habérmelas con la vida. Y tenías razón. El porqué era así, es otra
cuestión que ya no te incumbe. Pero que fuera a ver a tus padres, a contarles
lo sucedido; que admitiera mi completa derrota delante suya... creo que es un
gesto de valentía que tú no podías sospechar, que tú nunca podrías tener. La
misma valentía que para apretar el gatillo contra la sien. Porque sí, yo he
estado dispuesto a morir por amor a ti. Tú, en cambio, has estado dispuesta a
matar. Es lo que has hecho conmigo: sacrificar el obstáculo. Ésta, es la
diferencia entre heroicidad y villanía. Con todo esto, me has demostrado que no
me mereces. Que yo soy mucho más valioso, más puro que tú.
Hablas
ahora de la pureza del amor, que todo esto no es sino por amor, a varios… Que
yo hablara de que pudieran gustarme mil y una chicas pero te eligiera cada día
a ti, te resultaba aberrante, dañino. A mí me parecía una prueba de amor. Que tú
dijeras que no te gustaba nunca nadie, pero ahora uno en concreto sí, y le des
tu amor, destruyendo lo que teníamos, a mí me parece abominable, inicuo. Por
ello se contrae mi cuerpo de muecas de dolor, se retuerce de incredulidad y
horror, hasta el vómito. Se ve que para las parejas es mejor admitir que otras
personas también pueden “gustar”, pero que no se las ama, ni se permitiría que
se entrometieran en la pareja. Eso hice yo siempre. La “pareja”... eso que tú
niegas ahora. Tú opinas, con tus ideas “de renovada pureza”, que lo segundo es
más auténtico, y pese a todas las súplicas que te he hecho, pese a haberme
puesto de rodillas, pese a lo mal y descompuesto que me has visto... no has
renunciado a esas ideas. Con un pensamiento de pseudo-intelectual, de sabiduría
de oídas, pobre y de consumo fácil, has prestado atención a esas ideas,
sacrificando, no aquello que más amaras en tu vida, sino aquello que más te
amaría nunca. Donde creías destruir pilares de la “cultura patriarcal”, de la
“represión machista”, de la “ausencia de libertad”, has destruido un mundo sin
límites, una magia que no volverás a vivir, pues ya no te está reservada. Tu
mirada alterada ha visto conformidad, rutina, donde había sólo amor sin límites;
y ve ahora libertad donde sólo encontrarás nuevas esclavitudes. Esclavitudes
que ya habías vivido, y de las que ya te salvé antaño. Mi primer gran amor,
quizá el último, renuncié a muchas cosas por ti, pero nunca renuncié a ti, al
hacer lo que debía.
He
cometido un grave error, dices: no prestar atención a la relación, últimamente.
¿Cómo puedes decir eso? Con la forma de acariciar tu rostro, de besar tus
labios mirándote a los ojos... Dices que sólo tengo miedo a quedarme solo…
pero, ¿qué mayor horror puedo tener a perder a quien amo? Amar... eso mueve tus
actos; eso es lo que dices. Por eso estás dispuesta a renunciar al amor por
alguien que no te ama. Por ello te mueves con gente incapaz de amar. ¿O lo que
hacen unos con otros es amar? Qué equivocada estás, qué inmadura eres, para
reconocer eso “auténtico” que dices buscar… Me has dicho, estos días en que me
has matado, y has matado los pilares de la realidad, de nuestra realidad, que
no volverías jamás conmigo sin que yo antes resolviera mis problemas
psicológicos, mi triste biografía... Ahora tú eres un elemento más que se añade
a ella. Cuando podías ser el valor supremo de una vida que te sería otorgada,
has elegido ser tan sólo el eslabón de una cadena. Soy yo quien jamás volvería
a ti, si tú no resolvieras otras cuestiones. Yo no he evolucionado, dices... Tú
tampoco, en otras cosas. Cosas que a mí podían causarme también un dolor
inmenso, sin tú advertirlo. Mis problemas no son resultado de una decisión
consciente mía, de la que me puedas hacer responsable, de la que me puedas
culpar. Los tuyos dependen enteramente de ti, de haber elegido mal, tan a
menudo. Siempre fuiste generosa; ahora eres egoísta, egocéntrica, como sólo una
villana de la decadencia cultural y moral de hoy podría ser. Ahora eres una
antiheroína. Quizá eso querías ser.
Te
ves ahora más madura, más auténtica, más tú que nunca. Quizá yo te alienaba,
quizá estuviste confusa todo el tiempo que estuviste conmigo. Quizá sea la
verdad, pues nunca, nunca has escrito tan bien como en los mensajes que me has
escrito estos días. Y nunca habías sido tan dañina, tan despreocupada por el
dolor ajeno como en estos mensajes. Son una obra maestra del daño. En ellos no
hay ya amor, sólo un desprecio sin límites. Un desprecio, una capacidad de dañar,
que sólo puede tenerse hacia quien se sabe te ama. Una capacidad de dañar con
las palabras, que nunca, nunca jamás hubiera sospechado, imaginado en ti. Amor,
nada, muñeca de trapo, consorte de la vulgaridad, de lo profano, amiga de
alimañas y falsos reflejos… quizá acabe yo en el arroyo, quizá tú alcances la
gloria de la dicha. Sin embargo, pase lo que pase, has cometido el mayor error de tu vida. Pues nadie verá lo que yo
vi en ti, que para ver no sólo hace falta una materia, sino un ojo que
posibilite lo visto. Yo te hice lo grande que eras, con mi mirada tierna y
cálida. Con la protección de mi cariño. Nadie te dará ya eso. Nadie como yo,
pues mi grandeza, mi valor, estaba en amar. Eso has desdeñado. No has
despreciado tus propios dones, sino los que te eran dados. Y así, huyendo de la
vulgaridad, buscando “lo auténtico”, has perdido la verdadera esencia de la
vida. Te has hecho vulgar. Tú, que te dices enemiga del dinero y las riquezas,
has perdido el mayor bien inmaterial que nunca te sería dado. Lo que nunca
podrás pagar, volver a comprar con tus besos.
Martes, 18 de enero de 2010.
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