sábado, 3 de junio de 2017

Elogio del temperamento




Dicen que te pierden las formas y que con eso pierdes la razón.

No.

La razón puede existir de cualquier forma.

La forma es la excusa de los temerosos.

De aquellos que piensan que el mundo tiene que ser de una forma.

Que el vino se bebe en copa y no en un orinal.

Que es mejor un libro que un post.

Que las faltas de ortografía hablan de tu inteligencia.

Que la bondad pasa por hablar bajito.

Ellos dicen que te pierden las formas porque te quieren dócil.

Te quieren sumisa.

Te quieren ordenada.

Te quieren normal.

Te quieren dopada en la calma y productiva.

Y tú.

Tú no eres nada de eso.

A ti el pulso te cabalga hasta la garganta.

Te cabreas, joder.

Y gritas, claro que gritas.

¿Cómo no vas a gritar si te están jodiendo viva?

Contrólate, te dicen.

Tu padre putero, dices tú.

¿Por qué me tengo que controlar?

Si el temperamento puede ser igual de válido que la mansedumbre.

No eres mala por alzar la voz.

No eres mala por decir tacos.

No eres mala por ponerte como te pones.

Que eres tú.

Expresándote.

Que tu temperamento es tuyo como los son tus dedos.

Como lo es mi nariz flecha.

¡A mí no me hables con esa nariz!

¿Te imaginas qué ridículo?

Pues igual de ridículo es que alguien te pida que no le hables como tú eres.

Que no te hagan sentir culpable por tu carácter.

No es un carácter de mierda.

Es perfecto porque sigues con vida.

Los muertos no pueden enfurecerse ya.

Y tú todavía eres libre.

Para ser iracunda.

Y para llorar como una niña.

Para la vorágine.

Y para derrumbarte en la ternura.

Eres tan bonita.

Tanto.

Cuando agarras la existencia y la pones de puntillas.

Cuando aparcas la mente.

Y corres hacia el estómago.

Un torbellino.

Un fuego artificial.

Que estalla.

Iluminándolo todo.

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