viernes, 25 de agosto de 2017

A medida que evolucionamos, topamos de forma más consciente con nuestras propias sombras. Vemos cada vez con más claridad y profundidad las carencias con que nos acercamos a los demás. Comprendemos que estamos -en parte- locos, sin que la convicción de que los demás están tan locos como nosotros nos sirva de remedio o consuelo siquiera. Vemos que las relaciones son -en parte- un movimiento de heridos que se parasitan mutuamente: miopes de la mano de miopes. A la luz de esta mayor consciencia, revisamos nuestras relaciones, pasadas y presentes, y nos llevamos las manos a la cabeza. Encontramos ya, en todo gesto, el juego de poder, la carencia escondida y la herida abierta. Comprendemos también que esta clarividencia es solo parcial, que siempre habrá puntos ciegos para uno mismo, que ni la mejor de las intenciones ni la actitud más alerta ni la honestidad más descarnada podrán librarnos de engañar y de engañarnos, de dañar y ser dañados. No es solo que no podamos fiarnos del otro: no podemos fiarnos siquiera de nosotros mismos. "Pero ¿qué estoy haciendo, si soy un puto loco, exponiéndome y exponiendo a los demás a mi locura? ¡Qué dañino sinsentido!" Fantaseamos entonces con retirarnos. No más restregamiento recíproco de las heridas. No más sufrimiento.

Pronto advertimos, sin embargo, que uno puede comprender -en parte- el juego, pero que no puede abandonarlo.

(...)

Fran Sianes

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