viernes, 25 de agosto de 2017


A veces nos confrontamos con acontecimientos y actos que nos duelen, pero que podemos comprender. La comprensión no evita el dolor; pero al menos lo integra en el marco de lo que -entendemos- es el orden natural de las cosas. Sabemos que, por improbables o terribles que resulten, "así son las cosas" y que nos ha tocado. No es probable que un día estemos paseando por el parque y nos atreviese un rayo o nos asalte un lunático con una ametralladora; pero contamos -así sea inconscientemente- con esa posibilidad.

En otras ocasiones, sin embargo, somos incapaces de entender por qué ha ocurrido algo. El hecho doloroso queda como un agujero negro que la luz no puede iluminar, un desgarrón en la realidad que, de pronto, se vuelve inquietante como una pesadilla. Schelling descubría en estos acontecimientos aquella extrañeza en la que se muestra la cara oculta de lo familiar, volviendo nuestras vivencias incomprensibles y siniestras. Como si, en medio de una conversación conmovedora, nuestro mejor amigo nos diera una brutal bofetada y luego siguiese actuando, con amable naturalidad, como si nada hubiese ocurrido.

No es que el mundo o el otro nos resulten más peligrosos o dañinos y eso aumente nuestra desconfianza y nuestro miedo (también sería inquietante que alguien que nos trata con desprecio o indiferencia se mostrase de pronto amoroso con nosotros): sucede que quedamos desconcertados e inermes frente a algo que no nos cuadra y ante lo que no encontramos explicación, por más que interroguemos o elucubremos. Las cosas, sencillamente, no encajan. Podemos asumir que el mundo es un lugar terrible o que los otros son depredadores, siempre que comprendamos las reglas del juego; pero es mucho más difícil asumir que no hay reglas, que ya no sabemos quiénes son los otros. Buenos o malos, los otros y el mundo nos resultaban familiares: ahora solo nos resultan extraños, ajenos, incomprensibles.

Si no podemos confiar no ya en la bondad sino en la inteligibilidad del mundo y los demás, ya no podemos "apoyarnos" en ellos. Mientras creíamos que comprendíamos cómo funcionaban el mundo y los otros, que había un orden -por disfuncional que fuese-, teníamos la esperanza de ponerlo a nuestro servicio o adaptarnos a él para salvarnos. Todo eso se ha derrumbado ("Todo lo que era sólido se ha desmoronado en el aire"). Podemos desesperarnos y amurallarnos ("estoy completamente solo") o podemos volvernos radicalmente hacia nosotros y, suceda lo que suceda, apoyarnos en nuestras propias fuerzas y nuestra propia coherencia.

Puede que, depuesta la ansiedad, comprendamos entonces aquello que antes nos resultaba incomprensible. O que descubramos que no precisa ya ser comprendido. Pues la salvación y la liberación no se producen cuando los demás responden a nuestra necesidad de encontrar un sentido (por doloroso o injusto que nos resulte) a las cosas, sino cuando nosotros encarnamos ese sentido que no encontramos fuera.

(El satélite se convierte en estrella; y el agujero negro es una posibilidad que no está fuera, sino estrella adentro.)

Fran Sianes

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