domingo, 19 de octubre de 2014

Tú para ti

Mariano Alameda: Aunque parezca una idea un tanto loca, hay un patrón común que se encuentra en la gente que sufre de infelicidad: en su vida no hacen nada por nadie. Al menos no lo hacen voluntariamente y/o por placer. Encontramos que muchos de ellos se dedican exclusivamente a si mismos y a sus problemas. Y los demás, que se busquen la vida. Sufro yo, que sufran todos. No sabemos si no hacen nada por nadie porque sufren de infelicidad o sufren de infelicidad porque no hacen nada por nadie. De alguna manera, la infelicidad es el resultado de una cristalización del ego sobre si mismo. No sabemos si será esto la causa o la consecuencia del malestar con la vida, pero está claro que es uno de los síntomas.

Aparte de esta idea, que da para pensar un rato por lo radical y que, para muchos es extraordinariamente molesta, -quizá por lo que nos resuena dentro-, lo que está claro es que dedicarse exclusiva y obsesivamente a si mismo no te puede llevar a ningún tipo de felicidad. El egoísmo y la felicidad son antónimos. De hecho, a mayor cantidad de ego, mayor incapacidad de disfrutar, más frustración y mas desesperanza. No existe tal cosa como la felicidad para tí sin contar con los otros. Una fiesta es una fiesta porque todos bailamos.

Esto no quiere decir que haya que ser una persona sin autoestima que ponga por delante siempre a los demás, que haya que ser dependiente de la voluntad de los otros, que haya que dejarse pisar o que haya que torturarse a si mismo para complacer a otros. Para nada. No hablamos de gente sin estima que se vende, hablamos de que la mayoría tenemos demasiada importancia personal.

Los entregados voluntariamente al bien común y sin medida son pocos. Y además, los que lo hacen, no suelen ser santos que han visto la luz, sino explotados a los que obligan sus circunstancias.

En esta sociedad individualista egocéntrica, a la que podríamos llamar “la cultura del yo y lo mío”, vemos como las personas en tratamiento psiquiátrico crecen cada día y no parece que estemos construyendo una cultura de la alegría y la paz. Al contrario, la codicia es la causa de la podredumbre que vemos en todos los estamentos. La ansiedad, la depresión, el stress, son las enfermedades del sistema. Todas ellas, enfermedades del “yo”. Al otro, que le den. Yo para mí. Lo mío si que es importante.

El egocentrismo lo ocupa todo en nuestra cultura. Y fruto de eso es la sociedad de la competencia. No hay más que ver la publicidad. La economía se basa en exacerbar el egoismo. El nacionalismo es egoismo que pasa del “yo” al “nosotros”. Educamos niños a los que nadie les dedica tiempo, parejas que utilizan al otro como una propiedad o un adorno, trabajadores que tienen el adversario en la empresa de enfrente pero el enemigo en la mesa de al lado…

Cuenta una vieja historia oriental que el mundo funciona como si estuvieramos sentados en una enorme mesa llena de comida, todos hambrientos, pero solo podemos comer con unos palillos que son más largos que nuestros brazos: por eso uno a sí mismo no se puede dar de comer. Solo caben dos posibilidades: seguir intentando darnos a nosotros mismos y pasar hambre o ponernos de acuerdo y alimentarnos entre todos, unos a otros.

Es curioso que esta idea de la cooperación, inmediatamente provoque la sensación de imposibilidad y de explotación segura: parece que si lo intentamos se aprovecharán de nosotros. Y creyendo eso, seguimos considerando al “otro” como una cosa, como una amenaza, alguien para explotar, alguien para coger, alguien a quien usar, alguien que me haga sentir, que me aporte, que me dé, que me, mi, yo, mi, me, conmigo, yo, yo , mis necesidades, mis deseos, mis gustos, yo, yo, yo. Y así seguimos, deambulando sin rumbo buscando una felicidad que no me puede aportar nuestro ego, porque le estamos dando cosas a una entidad que básicamente es imaginaria.

Decía un maestro:

“Tu problema es que el 99% de las cosas que haces, piensas, y sientes las haces para tí: y ahí no hay nadie”.

Y luego nos quejamos de no sentirnos queridos o queridas. ¿A quién quieres tú de verdad sin querer nada del otro?

El otro es real. Es mundo es real. Al menos más real que esa entidad en la que piensas como tú mismo. Si buscas exactamente que es el yo, puedes ver sus partes, con las que te identificas (cuerpo, memoria, historia personal, pensamiento, propiedades) pero no puedes encontrar su núcleo: no existe esa entidad más que en la imaginación. El ego necesita ser pensado para existir. Y vivimos para hacer feliz a una entidad inexistente. Es imposible conseguirlo. La felicidad es con un “otro”.

Repasa los momentos más felices de tu vida. La felicidad o es compartida o no es. Cualquier tipo de amor necesita de dos. La risa requiere de la sorpresa del otro. La fiesta es compartida. La buena conciencia es con la relación. Belleza, bondad, verdad… todo eso requiere de un “otro”. Y asi con todo.

Seguimos creyendo que “yo para mí” me llevará a un sitio seguro y feliz. Y lo que es peor, creemos que si lo intentamos, los demás nos despreciarán y abusarán de nosotros. Vivimos en una guerra de infelices que se pelean mientras en silencio desean ayudarse y quererse. Pero nos tienen bien convencidos de lo contrario.

Alguien tendría que empezar. Por supuesto, con el ejemplo.

Pero no suele ser común.


centronagual.es

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