lunes, 24 de noviembre de 2014

Aceptar las diferencias

Realmente todos somos únicos, tanto en nuestra perspectiva de la vida como en nuestras actitudes, sentimientos y experiencias. Nunca ha habido un duplicado exacto de nosotros, ni nunca lo habrá. Eres irrepetible, no existe nadie como tú en todo el mundo, ¿eres consciente de ello?

Son justamente las diferencias y características personales las que hacen que la vida sea interesante, un desafío. El trato con otras personas que ven la vida de forma diferente es lo que hace más ricas a las relaciones. Lo lamentable es que estas diferencias a menudo pueden llevar (si no se gestionan bien) a conflictos sin resolver, a estrés y decepciones.

Es fundamental aceptar la singularidad de los individuos, sin embargo no es tan sencillo como decirlo, sobre todo en las relaciones de pareja. Por ejemplo, nos hacemos una idea de cómo debe ser nuestra “media naranja” y cómo debe actuar según nuestros estándares y esperamos que lo haga así. Por supuesto, esto no va a ocurrir y los problemas surgirán, siempre y cuando tengamos expectativas rígidas.

No podemos culpar a los demás por no ser como a nosotros nos gustaría. El porqué de una relación de pareja o amistad es pasarlo bien juntos, lograr un enriquecimiento mutuo, no cambiar a nadie.

No todo nos va a agradar. Hay algo que tenemos que tener claro: ¿la conducta del otro que no nos gusta es incorrecta?, ¿o es que nosotros no aceptamos las cosas de otra forma? Al no establecer esta diferenciación, acabamos viendo muchas actitudes que no nos gustan de nuestra pareja o nuestros amigos.

No debemos exigir de los demás que actúen, piensen y trabajen igual que nosotros, porque esa actitud nos va a ocasionar problemas. Cuando estamos mirando lo que hacen los demás, nos perdemos la oportunidad de disfrutar el presente con ellos, sin establecer juicios paralelos.

¿Qué hacer cuando consideramos que un comportamiento es indeseable?
Aquí ya no se trata de aceptar a los demás como son, sino de un comportamiento que tú no aceptas, basado en tus propios códigos de conducta. En estos casos, lo importante es comentar el tema y dialogar con la persona acerca de su actitud. Las formas son importantes a la hora de pedir a alguien que cambie porque en ocasiones podemos echar todo a perder y conseguir justamente lo contrario a lo que buscábamos.

Nadie cambia sin más, simplemente porque adivinan lo que tú quieres; no funciona así. Y si esperas que esto ocurra, vas a ir enfadándote cada día más, hasta que un día cualquiera “todo explote.”

Es mucho más productivo y eficaz comentar con el otro qué es lo que te molesta, explicarle qué te afecta y cómo te hace sentir pero desde la calma, para lo cual es recomendable hacerlo cuando ya no estés reactivo. De esa forma el otro no se siente insultado, ni tampoco agredido y así es más probable que cambie su actitud. Asimismo, es obvio que nosotros tenemos que estar abiertos a los comentarios de los demás cuando nos sugieran que cambiemos algo, a fin de buscar la forma de convivir mejor y más a gusto.

¿A quién queremos cambiar? Si la lista es muy larga, quizás sea hora de reflexionar al respecto. Probablemente ello signifique que tenemos bastante trabajo que hacer sobre nosotros mismo antes de encontrar la verdadera felicidad.

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