lunes, 19 de septiembre de 2016

El ju(z)gador que no sabía jugar









En un lugar donde todos serían felices había la vida de dos personas.
Había también la vida de más personas y eso completaba la felicidad de las dos.
Tal como dice la palabra, las dos personas eran femeninas, aunque ellas no lo tenían entendido así :
había personas como ella, por lo que ella era nombrada femenina; había personas como él, por lo que él era llamado masculino.
Ellos sabían algo más: él era más femenino que ella en algunos asuntos; ella era más masculina que él en algunos asuntos. Ella todavía pensaba algo en su secreta soledad: conocía algunos secretos de la magia y nadie podía definirla como a todos los demás, sin embargo, casi todos los libros y prácticamente todas las personas decían lo que ella era, aunque ella no se sintiera ser aquello que decían. También, a veces algo gravemente, se preguntaba:
"y, siendo el caso que él no pudiera ser como yo, o que él no pudiera nunca verme, ¿sería yo para él un elemento entre todos, pero siempre ese elemento?"

Ella pensaba entonces en la esperanza de que ambos querían jugar. Creía ella que tal vez llegaría ese día en que, en medio del juego, pudiera él llegar a verla, mientras tanto, él, consciente del conflicto de ella, aún incomprensible para él, seguía mirándola a veces, tal vez, con detenimiento.
A veces, él le explicaba cosas que no había visto de ella nunca antes. Eso la hacía respirar un poco. Siempre quedaba en ella el rescoldo de la duda: sabía bien que eso significaba que él no podía verla. Entonces, a veces la nombraba con nombres de pájaro que él ya había observado antes, con caudales variados de río que ella apreciaba bastante, y ese era el pequeño momento en que ellos podían seguir conociéndose.
Ella tenía muchísimas palabras con sentido único, palabras de precioso significado que únicamente veía en él, pero a la hora de la verdad podía apenas pronunciar alguna.
Aunque querían jugar, la Z a él solía atorársele en la boca y los oídos, y cuando ya le salía por los ojos, sabía ella que él no podía ver nada más, ni tan siquiera comprender sus gestos o sus palabras. Él no tenía apenas palabras para expresar lo que podía ver solo en ella, sin embargo, era coherente de pensamiento y conocía el entusiasmo por las pequeñas cosas. Su torpeza al expresarse quedaba resuelta por la pureza de su intención. Ella, poco a poco, llegó a comprenderle.
Un día, se propuso contemplarle mientras dormía. Vio muchas zetas saliendo de él, por lo que entendió que, mientras no aprendieran a coexistir, él siempre estaría cansado y ella siempre pretendería enamorarse de él.
Ella tenía una caja secreta en la que siempre guardó lo más valioso del mundo. Sabía que algún día se la enseñaría a un hombre. Era él quien tenía que verla por primera vez. Entonces, ella sería vista como nunca hasta entonces.

Había intentado por todos los medios que él pudiera verla. Tras asistir a una sesión para aprender magia aplicada a la vida cotidiana, recibió el mensaje de que ser vista era dejarse ver. Ella jamás había entendido eso. Pensó que si había una sola razón para verse por fin como ella misma era, no debía haber otra manera que esa. Si había una manera de ser bella tal y como ella veía el mundo, tenía que ser esta su oportunidad. Tenía sus dudas, por otra parte. El mundo era volátil tal como las miradas de sus semejantes, pero, ¿qué significaría inequívocamente su cuerpo?

En la clase de magia había llegado a comprender que el miedo más difícil de vencer era el de permitir brillar la luz del propio poder.
Entendió que quedarse en el camino no era una opción. Decidió que volar sería lo único que haría.

¿Cómo era el propio poder...?



Con fecha aproximada de noviembre de 2014


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