miércoles, 26 de agosto de 2015

El amor confluente

Sin compartir no hay amor, porque no hay igualdad. Tampoco hay felicidad si esto no se sabe. Si alguien no hace por vivir esto mejor que se quede haciéndose una paja en su propia casa y no involucre a los demás en la mierda, porque no aportará nada bueno a la vida ni a sí mismo. Así será más fácil para los que se conforman con esta muerte en vida, puro humo. Yo prefiero sentir el miedo y el peligro en mi cuerpo pero seguir adelante y decir sí a la hermosa vida que se me ha dado en vez de mamonear con excusas banales para no arriesgarme a vivir o seguir autodestruyéndome inútilmente y hablar de lo que me creo que soy pero realmente no soy ni de coña ni haré.
Y si aun así me destruyo que al menos pueda mirarme al espejo y decir que lo he hecho por estar viva, por amar y amarme a mí misma. Prefiero eso a no poder mirarme a la cara por haberme traicionado, lo prefiero a salvarme del riesgo y del peligro de la vida pero desaparecer como el ser humano que soy y ser ya solo un envoltorio de lo que un día fui. Juro que no hay cosa que me de más pena en este mundo, nada más patético. Eso es lo que yo llamo ser viej@, se tenga la edad que se tenga.
Os amo, os quiero y os respeto siempre y a pesar de todo, esto es lo único importante, porque sé que todo lo demás es posible solo si esto es posible. Esto es mi corazón.
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“El modelo de amor confluente implica la existencia de un marco ético para el fomento de una emoción no destructiva en la conducta individual y en la conducta comunitaria. Proporciona la posibilidad de revitalización de lo erótico –no como una habilidad de las mujeres impuras- sino como una cualidad genérica de la sexualidad en las relaciones sociales, formada por las atenciones mutuas y no por un poder desigual. El erotismo es el cultivo del sentimiento, expresado por la sensación corporal, en un contexto de comunicación; un arte de dar y recibir placer. Escindido del poder diferencial, puede hacer revivir las cualidades estéticas de las que habla Marcuse”3

A. Giddens (1998:182)

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