viernes, 14 de agosto de 2015

HABÍA UNA VEZ, UNA MUJER REAL...

Pasando a otro tipo de temas, quería contarte algunas cosas:
Este verano, como os conté, por fin ha caído en mis manos el libro de Clarisa Pinkola, Mujeres que corren con los lobos. Sumergirme en su lectura está siendo como abrir una puerta a un lugar mágico y desconocido donde las mujeres dejamos de ser todo eso que hemos creído ser durante años. He estado combinando su lectura con otro libro de otra mujer que inspira ¡y de qué manera! Isabel Allende me ha abierto un mundo de palabras, emociones y sensaciones indescriptible.  Me estoy bebiendo de un tirón su obra "Paula" y aún tengo sed así que imagino que seguiré durante el verano con otras de sus obras.

A Clarisa, en cambio, la degusto en pequeñas dosis sólo en momentos especiales y dejando en medio el tiempo suficiente para asimilar con calma sus palabras.  Cada capítulo es una joya.
Leer a Clarisa y a otras mujeres con alma hace que, de repente, el cuento cambie y lo importante ya no sea quedarnos con el príncipe ni derrotar a la madrastra. Lo importante es que la princesa se quiera porque sólo así podrá ser feliz y querer a los demás. Fin de la historia.

La princesa ya no desea una enorme carroza ni unos zapatos de cristal o, adaptado al siglo XXI, no necesita un "pelo pantene", un armario repleto de todo tipo de ropa o un cuerpo diez para quererse y que la quieran. Ahora a la princesa le da por descalzarse, trenzarse el pelo, quitarse el maquillaje y situarse ante el espejo, no para preguntar quién es la más guapa sino la más libre y sabia.
En este acto de rebelión descubre, también, que ya no quiere echar más sacarina en el café ni comprarse unos vaqueros que le aprietan pero que mantienen su ilusión de lucir una talla menos: la talla de las mujeres que aparecen en revistas manipuladas por programas informáticos.
Las nuevas princesas ya no se creen ese cuento, no quieren que las engañen ni engañarse a si mismas. Quieren mostrarte tal y como son: sin filtros y sin retoques. Miran tan sólo un anuncio publicitario en televisión, ese que una conocida marca de cosmético hizo un día con mujeres reales y se preguntan cómo pudo aquello llamarles tanto la la atención la primera vez que lo vieron, si justo eso es lo que somos.  Todo lo demás era, en realidad, el mundo al revés. Era una trampa, una gran mentira, una ficción.

¿En qué momento del camino las mujeres dieron por verdadera esta imagen ficticia? Sigue costándonos querernos. Seguimos resistiéndonos a asimilar que esas supuestas imperfecciones de las que tanto nos quejamos, nos hacen diferentes y únicas.
Leyendo el libro de Clarisa una no puede más que abandonar para siempre el cuento antiguo. Detrás de ese bosque de palabras que tan magistralmente crea la escritora no hay espacio para esa fabrica de mentiras, sólo para explorarnos y hacernos preguntas como, por ejemplo, estas:
¿Cuánto de la mujer esencial de Clarisa hay en las mujeres que encontramos a diario en el super o en la parada de autobús?, ¿Cuánto hay en nosotras? ¿Cuántas somos conscientes de que no necesitamos aparentar ningún papel para estar a la altura?
Por supuesto, todo lo dicho también es aplicable a los hombres. No quiero olvidar al sector masculino de este tren. Ellos también sufren las expectativas de una sociedad que también a ellos les exige un canon de belleza falso. Quizás no es tan evidente pero también deben aprender a quererse tal como son. Ambos géneros podemos contribuir a que esto ocurra respetándonos los unos a los otros y dejando atrás viejos tópicos que pretendan separarnos.


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