martes, 15 de septiembre de 2015

Antes de tu primer latido

Mucho antes de tu primer latido, tu cuerpo ya sabía lo que debía hacer.

Cuando apenas eras un diminuto conjunto de células, para vivir, te bastaba con dejarte llevar y dejar que la Naturaleza actuara. Fluir era la clave.

En tu primer gran viaje, fluyendo, llegaste a la cálida cueva que tu madre tenía preparada para ti. En ella, pasaste tus primeros días de vida rodeado de calidez y armonía. En tu nido, podías desarrollarte y crecer sin presión, sintiendo los ritmos de tu cuerpo.

No había miedo, sólo confianza.

Déjame que te pregunte ¿cuándo cambió todo? ¿Cuándo dejaste de confiar en ti? ¿Cómo te convertiste en esa persona avejentada de cuerpo rígido y temerosa de todo?

Quizás tu confianza comenzó a quebrarse cuando tu madre supo que estaba embarazada. ¿Cómo reaccionó ante la noticia? ¿Estaba preparada? ¿deseaba tener hijos? ¿pensó en abortar? Puede que tuviera miedo o que deseara una niña, aunque tú ya sabías que eras un niño (o al revés).

Y en aquellos momentos te preguntaste: ¿Qué va a pasar conmigo? ¿Mamá será capaz de quererme y de aceptarme tal y como soy? ¿Y si ella no me cuida?, ¿estará mi vida en peligro?

Eras un bebé, aún desconocías las palabras, no sabías que aquel horrible escalofrío que había recorrido tu diminuto cuerpo se llamaba terror.

En tu situación, no podías hacer mucho más que amoldarte a lo que tu madre deseara, dependías de ella para todo. Aunque tuvieras que renunciar a una parte de tu esencia más profunda, necesitabas que te quisiese para que estuviera dispuesta a cuidarte. Si te comportabas como mamá quería, ella estaría contenta y tú seguirías creciendo.

Así lo hiciste y fueron pasando los días, pero aquel fluir natural del principio se hizo más costoso y el ambiente era más denso.

Por otra parte, puede que tu seguridad se viera mermada cuando te obligaron a nacer de forma violenta (contracciones muy seguidas, aparatos terroríficos como fórceps, una cesárea que te arrancó de repente de la calidez del seno materno …) y además, te obligaron a nacer antes de que llegara tu tiempo, aduciendo motivos de comodidad (ya ha llegado a la semana 38, no pasa nada, llegan las vacaciones y me voy de puente, etc.) o de salud (es por el bien de tu hijo, demasiado pequeña, demasiado grande, insuficiencia de líquido amniótico, …).

La verdad es que, de haber dejado a la naturaleza seguir su curso, no habría pasado nada y habrías tenido un nacimiento más armonioso.

El sentimiento que te quedó de toda aquella traumática experiencia fue el miedo y, además, desde aquel momento te volviste inseguro y pensaste que era mejor dejar que otros decidieran por ti.

¿Dónde estaba tu madre durante todo el parto? ¿por qué no la sentías? ¿por qué os separaron al nacer? ¿dónde estaban su cuerpo, su pecho y su voz, aquello que tanto necesitabas?

Ahora entiendes el miedo a las batas blancas y a los médicos. En aquel tiempo que pasaste en soledad aprendiste a replegarte, a economizar tus fuerzas para mantenerte con vida. Algunos dicen que este es el primer momento de sumisión del ser humano, pero tú sabes que la sumisión puede comenzar antes, ya desde el embarazo.

No obstante, a pesar de todo lo sucedido, aún tenías energía y esperanza para seguir adelante, pero poco después, siendo aún un bebé, llegaron las imposiciones, los desprecios, la soledad y, también, los gritos.

Te forzaron a comer cuando no tenías más hambre, a dormir cuando no tenías sueño y a callarte cuando querías hablar. Lo sufrido en el embarazo no fue sino el preámbulo de la dura vida que te esperaba fuera.

Después de largos años de resistencia, tu alma infantil se quebró, se hundió, y quedó enterrada bajo capas y capas de duros mandatos. Mandatos que, sin embargo, en aquellos momentos te ayudaron a sobrevivir en el ambiente de violencia en el que estabas inmerso.

Ahora, pregúntate si hoy en día, ya en tu vida adulta, te siguen sirviendo aquellos bloqueos y prohibiciones. ¿Cómo te afectan en tu vida? ¿qué te impiden hacer?

Y, sobre todo, ¿hasta cuándo quieres seguir así?.

Aquella parte de tu alma que enterraste en tu infancia, aún está allí esperándote.

Conecta con ella y recuerda cómo te sentías cuando en tu vida no había nada que te perturbase.

Recuerda cómo la Naturaleza y tu instinto guiaban tus pasos y no tenías que hacer nada salvo dejarte fluir.

Sólo debes ser tú mismo de nuevo.


Texto: Ramón Soler


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