viernes, 25 de septiembre de 2015

La diosa Pele y la ira mal expresada

Pele en la mitología polinesia, es la Diosa del fuego, el relámpago, el enojo, la seducción, la danza, los volcanes y la violencia.

Esta diosa, descrita como “Aquella que da forma a las tierras sagradas”, es la señora de los volcanes, la maestra del fuego, una diosa de fuerte temperamento que vive en el volcán Kilauea, uno de los cinco que forman la isla de Hawai.

Según la mitología, Pele, curiosa por el mundo de los humanos, desprendió del cuerpo su espíritu para viajar por la isla de Kaua’i, donde se manifestó con la forma de una atractiva y joven mujer. Allí se enamoró del jefe guerrero Lohia’u.

Tras una estancia en Kaua’i, el espíritu de Pele debió regresar a su hogar, al Kilauea, donde no encontró sosiego, ya que extrañaba a su enamorado.

La diosa envió entonces a su hermana Hi’iaka, diosa de las islas y las colinas, para que fuese físicamente a traer a Lohia’u. La hermana de Pele encuentró al jefe guerrero muerto, pero logró revivirlo, sólo que tardó mucho tiempo, demorando su regreso al Kilauea.

Pele, celosa, pensó que su hermana la había traicionado y quedándose con Lohia´u, por lo que en cuanto ellos regresaron, los atacó con un baño de lava.

Los hawaianos tienen la creencia que como recuerdo de ese ataque, quedaron las formaciones de lava solidificada que están en los márgenes de una de las islas.

Así, podemos trabajar con esta Diosa nuestro Fuego Interior. No sólo a nivel de tener el coraje y la fuerza para avanzar, sino también en el otro sentido, cuando algo nos frustra y sentimos ira.

Porque si vemos fríamente la emoción que llamamos ira y vamos un poco más allá, veremos que la ira es frustración.

Cuando algo nos frustra (alguien llega tarde, esperaba algo de alguien y no ocurrió, etc.) la energía que produce el no haber llegado a alcanzar nuestro deseo final nos produce una sobrecarga, que si no expresamos o canalizamos adecuadamente, se convierte finalmente en ira.

En realidad, la función de la sobrecarga de energía es asegurar la realización del deseo, pero al no haber sabido o podido solucionarla (o expresarla), se convierte en una emoción negativa.

Evidentemente, la ira tiene otros estadios antes, como el enfado, que si no hemos expresado adecuadamente, va creciendo hasta convertirse en ira.

Los motivos para no expresar la ira o el enfado son variados: un de los cuales es que desde niños aprendemos a que enfadarnos “no está bien”. Si nos enfadamos de niños, los mayores no nos querrán. Y esto queda como una creencia en nosotros.

También se suele ver como una señal de debilidad el expresar el enfado. Esto es un tipo de represión, uno puede expresar enfado y no ser débil o violento.

Y así aprendemos a guardarlo hasta que finalmente sale con violencia, como Pele hizo con su hermana.

Si aprendemos a expresar nuestra ira, comunicándonos con asertividad con aquella persona con la que nos hayamos enfadado, o con nosotros mismos si no es una persona sino una situación, veremos que mejora mucho nuestra calidad de vida y relaciones con los demás. No nos veremos en la típica situación de callarnos, o perder el control.

Si la ira o enfado es con nosotros mismos, debemos tener en cuenta que es algún aspecto de nosotros con el que hemos sentido esto, no con nuestra persona. Debemos ser sinceros internamente y averiguar qué aspecto es para iniciar la tarea de resolución. Si no lo hacemos y la guardamos, no crecemos, nos quedamos bloqueados.

Pensad que la ira nos deja agotados, nos desgasta física y mentalmente, y si se alarga en el tiempo produce depresiones, problemas cardiovasculares, etc., aparte de que al no haberse expresado esta emoción, causa un bloqueo al hacernos volver a él una y otra vez.

Cuando sintáis ira, pensad en la historia de la Diosa Pele, y cómo habría cambiado la historia si hubiese expresado de una forma adecuada su ira.

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