martes, 14 de abril de 2015

Atrapar una mosca

Somos zarandeados por la vida para que nos demos cuenta de que estamos vivos. Mi cuerpo es un abundante caos de tormentas. Me vuelvo a encontrar perdida, prefiero esto que tenerle miedo al miedo. He abierto los ojos ahora mismo.
Soy presa de un miedo espantoso, me quiere echar mano por todas partes, y lo hace porque me ama. Mi miedo, ¡me ama!
Nadie quiere sentir miedo, parece que apenas nadie quiere SENTIR, así que bueno, ni frío ni calor. Sin embargo yo estoy completamente acojonada, incluso tiemblo, he dejado que el miedo me agarre sin remisión, estoy perdida. He creído ver en mi miedo la cara del horror, he visto que su verdadero rostro es desconocido.
Joder, ¿nos os parece una absoluta maravilla?
Si señores, me daba un miedo tremendo lo que no conocía porque no quería incomodidad ni imprevistos problemáticos, no quería sentirme violenta, y entonces no le echaba huevos a mi propia vida. Pero coño, si realmente no quiero esto que he dicho, no quiero estar viva, es así de triste. ¿Cómo estamos viviendo nuestras vidas? Son más grandes que lo que creemos, no son tan pequeñitas, tan habituales, tan normales... Llevo ya mucho tiempo aburrida y no sabía por qué, pero ahora ya sí. Estaba controlando mi vida para no sentir incomodidad, para no sentir miedo. Y me cago en todo lo que se menea, vive dios, ahora el miedo me encanta sobremanera, me encandila, siento que me desprendo toda por una montaña y caigo, y caigo, y por favor, os juro que no puedo estar más acojonada por estar tan perdida, pero que siento un gran alivio de haber comprobado que mi miedo no es malo, que mi miedo no da miedo sino vida, que mi miedo no quiere dañarme, que mi miedo me ama, así es que, ¿cómo voy a cambiarle yo? Nadie quiere cambiar lo que ama porque entonces ya no lo ama como es y de hecho las cosas son como son, así están bien. Nada ha de cambiar.
Mi experiencia subjetiva y caótica es completamente válida, todo esto es válido. Esto sí me vale. Descubrirme con miedo o vergüenza cada día me vale, descubrir mi vida cada día me vale, descubrir que tengo la posibilidad de atreverme me vale, descubrir mi propia inestabilidad, mi propio caos, mi propio vértigo ante la vida incontrolable, indomable y salvaje es lo que me vale de todas todas.
Y jugar, aprender jugando, aprender la siempre extremada, paradójica sencillez aparentemente compleja de la vida me asombra, la simpleza de todo esto me asombra cada vez más. Y me atrevo a decir que quiero en vez de que necesito. Y me atrevo a decir que quiero verte, que quiero que me veas.
Nunca he sentido la obligación como un deber, sino como una opción. Quiero decir que quiero, no quiero una indulgencia en el pecado, quiero descubrir su en realidad modosa cara y reírme de él, quiero descubrir el amor en tu miedo a descubrir tu miedo, tu control ante él, tu aburrida y costumbrista tentación y cómo te disculpas o perdonas de ella. Quiero atreverme a verte, que tú te atrevas. Quiero que no te ocultes y que te atrevas. Simplemente, que te atrevas a decir la verdad acerca de tu miedo, que qué del gusto, de la apetencia, qué increíble sería degustar tu tentación, ya incontrolable vida viva y mi absorta ignorancia ante el misterio de ese reto, para saber también de dar un paso atrás, para poder dejar de atreverme a tanto, para haber valorado la vida, su extraño sabor fuera de lo normal. Para que me reconozcas completamente desnuda. Ante el miedo, ante el amor, ya misteriosamente unidos, rostro, bipolar...

No quiero solo una sonrisa que se me quede corta; quiero toda la vida. VIVIR... La enormidad de esa experiencia. Ahora sí que sí, ya puedes SONREÍR.


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