lunes, 6 de abril de 2015

De piedra y tempestad

Siempre dicen que tras la tempestad viene la calma. A veces la tempestad es tan larga que el estrés, el nerviosismo, el miedo, pueden con uno mismo. Os contaré de mi larga tempestad y por qué no pude pedir ayuda, os contaré cómo una y otra vez todo se derrumbaba y yo tenía que ser fuerte. Eso será otra historia, simplemente no puedo contarlo todo ahora. Ojalá fuera capaz, pues estoy segura de que la paz sería muy grande. Simplemente solo me quedaba la opción de ser valiente, puesto que el miedo era oculto, desconocido y constante. A veces solo puedes ser fuerte, y ya, sí o sí. Simplemente a veces no estaba dándome cuenta de que no podía más ante las circunstancias. Eso era todo. Nunca se lo dije claramente a nadie excepto cuando me quedé tirada, extenuada, sin poder en modo alguno continuar adelante, en cualquier sitio; ahí sí que ya no tuve que decir una sola palabra y sí, fue una mierda. Ni siquiera mis padres, mis amigos, mi pareja, nadie en este mundo pudo verme completamente derrumbada antes de cada grandiosa caída en picado, y sé que eso fue mucho peor, porque ciertamente todo lo demás se derrumbó conmigo.
Os aseguro que he llegado a perder todo lo que he amado en este mundo. Antes y después, después... y antes... A veces, de tan largo, parece indiferente el tiempo. Llega a parecer que no hay perdón. ¿Por qué estaba perdiendo a las personas que amaba? ¿Por qué continuaba sucediendo de manera tan cruel e inexorable? Y, sobre todo, ¿por qué a nadie parecía importarle que le explicara por qué.
Ahora sé que si en aquel momento les hubiera dicho de rodillas que en realidad no podía más, ellos podrían haberme ayudado -al menos, habrían tenido esa oportunidad-. Siempre he pensado que uno ha de ser responsable de su propia vida, salir adelante y no hay que esperar una mano de los demás -claro, es muy vergonzoso pedir ayuda porque a lo mejor estamos molestando a los demás... creen que somos unos incapaces... no me lo merezco... etc-. Y tal vez no hay que esperarla, pero es humano que cuando tu pareja, por ejemplo, no sabe qué te pasa y te encuentra todos los días tirada del mismo modo, casi te pida ayuda ella. Pues sí, a veces ayudar es ser ayudado, y yo estaba simplemente siendo fuerte; mi única opción. Si en aquel momento, cuando él entró en la habitación, le hubiese dicho que estaba derrumbada, que realmente no sentía pena de mi misma y no quería que nadie me tuviera lástima -porque yo estaba siendo fuerte-, y que comprendía que no era bonito admirar a un espantajo de mí misma tirado en una cama porque sí, tal vez él habría comprendido -o tal vez no- que amar no es algo necesariamente admirable o bonito, que a veces uno no se encuentra en condiciones de ser feliz y continuar adelante, y que eso no es necesariamente digno de lástima sino simplemente sufrimiento, dolor humano, y la poca responsabilidad que se podía tener ante la propia vida, que sí estaba, por cierto, con o sin mano. Tal vez si él solo pudiera haber sabido en qué estado me encontraba todos aquellos días... Pero claro, yo podía. Seguro que podía estar bien, sobreponerme, ser digna de vivir con una persona maravillosa que me amara; seguro que podía llevar una vida normal a pesar de recordar tantas desdichas, seguro que podía hacer algo en la vida, seguro que en algún momento... En verdad me agarraba a un clavo ardiendo. En el fondo lo siento... Siento mucho haber guardado silencio todas aquellas veces. Siento que no fuera demasiado bonito. No lo lamento, siento la justa compasión por mí -porque veo que a cualquier ser humano le podría haber pasado lo mismo-.
Hoy he comprendido por primera vez en mi vida lo que es ser cobarde, y he llorado. Nunca me lo he podido permitir. Pero hoy sí he sido cobarde, he comprobado que ahora sí puedo hacer algo mejor por mí y he sido consciente de que no lo estoy haciendo en este momento. He comprendido que no estaba siguiendo adelante, que me he estado parando ante la incomodidad. ¿Qué es ese disgusto?
Me siento desbordada, como si todo estuviera saliendo a la luz, me veo de todas las maneras posibles en todas las duras situaciones que viví. Hubo un momento en mi vida en que pensé que tal vez ya no me podía suceder nada peor. Fue relajante porque si podía sobrevivir de aquella manera, todo podía ser diferente.
Nunca dejé de soñar que podía ser feliz, que podía liberarme, que podía la utopía. Cuando uno vive una adversidad enorme y piensa que el mundo es una locura tal, ya se puede permitir ciertas cosas. Puede enamorarse de la vida como si ya no pudiera haber algo oscuro en ella. Puede ver el recorrido de la luz completa. Cree de manera inequívoca en la esperanza, cree que es posible. Me permití que el sueño fuera real, tal vez pueda resultar difícil o incluso imposible, pero ya estaba siendo lo bastante difícil. ¿Por qué no ir un poco más allá y tentar a la suerte? Los grandes caminos se hacen de los obstáculos más insuperables. Es el todo o la nada, es la vida o la necesaria supervivencia. Quise entonces jugarme el todo por el todo: creí en el sueño. Ahora ya sé que puedo. Sé que este mundo cambiará.
He preguntado: ¿qué es ese disgusto? Estoy preparada, es solo eso. Es el alto en el camino antes de volver a calzarse las botas. Para caminar... Me apretaba una piedrecita y me la he sacado del pie. Eso es todo. Una simple piedra. También te amo a ti, piedra del mundo. También tú y yo somos parte de lo mismo, de esta hermosa y trepidante vida a la que tan poco agradecemos.
Y, guardándomela en el bolsillo, aunque no os lo creáis, aún continúo caminando. Si realmente lloro en este momento, es porque ahora soy muy cobarde. Por eso, he decidido empezar a hablar y dejar de guardar aquel constante, inhumano y vergonzoso silencio.
Pero gracias... gracias por estar aquí todavía.

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